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Desempeñándome en la comunicación: Escribiendo mis experiencias

  • Foto del escritor: Maríafer LeónGalarza
    Maríafer LeónGalarza
  • 8 abr 2019
  • 7 Min. de lectura

Aunque ya había escrito con anterioridad de mi experiencia con la prensa escrita, me gustaría hacer un anexo de esta misma temática que profundice más en la escritura sentimental; como la crónica o la columna de opinión.

Trabajos que personalmente me gustaron mucho, que llevaron mi esencia cuando los realice y demarcaron gran parte de mi formación.


Por ejemplo, la entrevista que le realicé al escritor colombiano Jorge Franco, hice un escrito de mi experiencia sobre la misma que relacioné ampliamente con su última publicación literaria "El cielo a tiros".


La marcha lunar hacía el periodismo


Por María Fernanda León Galarza


El corazón me latía dentro de los oídos, sonora, pero, pausadamente; mi mano derecha se apoyaba lánguidamente en el timbre blanco y cuadrado incrustado en la elegante pared blanca del undécimo piso, aún sin hacer ningún tipo de presión en él mire dos o tres veces más el número de metal negro que decoraba la ancha puerta de color cobre. “1104”, repetí en mi mente tantas veces como miré el número. Probablemente no habían pasado más de dos minutos, pero mi estómago se llenaba de un desorden parecido al de una Alborada completa.

- “La misión es sencilla, escribes, esperas, responde, y… y…”- dije para mí misma sin terminar, mientras me miraba en el espejo antes de salir para la universidad; un nuevo jueves que iniciaba como cualquier otro. No fue obra de una distracción que no completará la frase, sino que la duda era la culpable, pues nunca había llegado tan lejos en todo mi proceso de estudiante.

El calendario marcaba en grandes números azules 24 de octubre del 2018, y el reloj incrustado en la pantalla del navegador las 5:55 p.m.; tecleé rápido como lo había hecho en ocasiones anteriores; las mismas palabras; el mismo tono; extramente el mismo clima. Lluvia, siempre consideraba como un mal augurio que cuando inicia el proceso de contactar a algún personaje reconocido para una entrevista estuviera lloviendo afuera; lo noté, obvio, por el fuerte golpe de los goterones que chocaban destruyéndose en mi ventana y los nubarrones que se alumbraban cada tanto para anunciar un estruendoso trueno. - “Virgen María Purísima”- grito mi madre desde su habitación a respuesta del ruido; - “sin pecado concebido”- respondí, no por creencia, no por costumbre, sino por un desesperado último intento de que al menos la fe cristiana me diera una mano con este reto.

Fueron tres días, no los sentí, ya que, en mi mente simplemente había sido un evento repetitivo que terminaría igual que los anteriores. Primer semestre, Mabel Lara, nunca respondió; tercer semestre, Néstor Morales, creo que ni siquiera abrió el mensaje; cuarto semestre, Heiby Poveda, diferente profesión mismo resultado. Las decepciones de sumaban en mi cabeza, y me daban el trago amargo del estrés. ¿Cuál sería está vez mi excusa para el profesor?

Tire la cabeza para atrás en un descarado anuncio de que me rendía ante las exigencias del día, del semestre, de la vida; aspecto normal en los estudiantes durante el fin de semestre supongo; cruzo como un rayo, un golpe sordo en mi mente. Jorge Franco, fue lo que se formó y lleno todos mis pensamientos. Había olvidado mirar el chat.

- “Hola María Fernanda. Gracias por tu interés en entrevistarme. ¿En qué ciudad estás? ¿Cómo haríamos la entrevista? ¡Saludos!”- Leí incrédula, inaudible. 29 de octubre del 2018, 10:16 a.m., aparecía escrito pálidamente sobre el mensaje dentro de la ventana del chat.

Me reincorpore en la silla, como si tratara de recuperar el porte profesional que aún me traicionaba en los mejores momentos. Tomé el ejemplar de “El cielo a tiros”, miré su portada muy detalladamente. La ciudad de Medellín bajo un cielo nocturno iluminado por las luces de la pólvora; definitivamente así se sentían mi mente y corazón en ese momento.

Respondí con las manos temblorosas y sudadas, algo corto, conciso, respetuoso; todos los sinónimos de las palabras que usaba se mezclaban en mi cabeza y me causaban una grave crisis de sinonimia. Pensé en las normas de Martín Caparros, pues nadie dijo que escribir un mensaje de Facebook a un autor famoso no requiriera de rigor literario.

30 de octubre de 2018. La pantalla principal de mi Facebook se llenaba de fotos; innumerables fotos de gente que ni conozco; con sus disfraces, con sus hijos, con sus mascotas, con su soledad. Todos en ambiente festivo que yo no compartía más que como el incómodo post-party que aún revolvía mi estómago por la ansiedad. Nada en la mañana; nada en el Transmilenio; nada al ingresar al salón; nada al regresar; nada al salir del trabajo; nada, nada, nada. La esperanza acrecienta la decepción, esa era la única justificación de mi extraño pesar; ¿exagerado?, por supuesto, pero para una estudiante de periodismo que ama la literatura es peor que una decepción amorosa.

Un golpe sordo lleno mi habitación cuando deje caer mi cuerpo descuidadamente en mi cama, todo frente a un público que no pestañea y te reconforta con sonrisas falsas; agarre mi animal de peluche más grande y lo levante frente a mi rostro; buscando en sus ojos de plástico una calma tan inexistente como su vitalidad. Le di un nuevo impulso a mi exhausta esperanza y miré nuevamente mi celular.

Los animales de peluche se levantaron; volaron por pocos segundos. “Hola María Fernanda. Podría el próximo martes 6 de noviembre a eso de las 3 pm. Podría ser en mi estudio. ¿Te queda bien?”. Una invitación simple para cualquiera; pero para mí le otorgo vida hasta a mis muñecos.

31 de octubre del 2018. Las calles se llenaban de niños y personas con disfraces que les hacían sentir como alguien diferente, pero en aquel momento yo no me cambiaba por nadie. Toda la ciudad dejo de existir, excepto la Diagonal 76 # 1ª-40. Me encontraba entre Medellín y Bogotá; en el mundo de Larry y el mío, pero ambos se unían por Jorge Franco; aquel único protagonista que captaba mi interés en ese momento y se transportaba llevándome con él por medio de su escritura. ¿Quién pensaría que un mensaje de dos líneas podía desvivirme tanto como un libro de 381 páginas?

Nuevo anuncio; cambio de fecha; se alargó un día más mi espera, dividiéndome entre la tristeza y el alivio. Larry y yo nos volvíamos uno. Que me escriba, que no me escriba, que llegue el día, que no llegue. Levante el libro, dándole varias vueltas sobre su mismo eje, tratando de descubrir alguna cámara que tomará escenas de mi vida y mágicamente las transcribiera en sus páginas cambiando el nombre del protagonista, pero obviamente no fue así, solamente apareció en mi mente la clara justificación de lo que ocurría. No hay nada; nada, más bello para mí en el mundo, que la literatura.

“Guardar contacto”, mis dedos apretaron hasta ponerse blancos la pantalla de mi celular, al igual que mis pulmones se quedaban sin circulación por unos segundos; este era mi primer contacto telefónico con un personaje reconocido. “Bienvenida al mundo del periodismo”, anunció entre festejos, luces y hasta disparos mi mente, quien en ese momento se confundía con la ciudad de Medellín.

Espere con la paciencia que me fue posible; con la tensión que me cabía en el cuerpo y mente y la emoción que se agolpaba en mi expresión de aquí hasta esa fecha.

7 de noviembre del 2018. No hubo cambios en la rutina, solo en la mente, ni un solo pensamiento de la mañana fue dirigido a algo que no fuera le entrevista a Jorge Franco. La sonrisa para el reflejo; la conversación con la soledad y la estrechada de manos con el animal de peluche; todo listo, podía salir de mi casa. Las clases pasaban a pasos agigantados y precarios al mismo tiempo. Nuevamente Larry. Nuevamente yo. Que avance más rápido el reloj, que no avance, que hablen más rápido los invitados, que nunca se callen.

3:00 p.m., una puerta de metal negra hermosamente pintada y bordeada por arbustos y flores se imponía ante mí. No había un timbre con el número de las habitaciones, solo un comunicador negro; de un único botón grisáceo y carcasa de plástico duro, casi invisible entre la llamativa decoración. Torpemente empuje la puerta que ni siquiera sonó. “Buenas tardes, señorita, ¿a quién busca?” dijo una voz juvenil desde el comunicador, un volador más pareció estallar en mi estómago, seguía la Alborada.

Ingresé al lobby del edificio luego de subir unas escaleras en ladrillos, también decoradas con flores a sus dos extremos; todas diversas y hermosas; todas desconocidas para mí. Me recibió con una sonrisa un joven vigilante; moreno; de cabello negro; delgado y con una gran sonrisa que combinaba con su uniforme azul rey. “Siga señorita María, por el ascensor derecho. Pisos impares” dijo el joven sin borrar su sonrisa, tal vez por costumbre, tal vez como un intento de calmar mis nervios.

No sabía si alguien notaba mi estado de ánimo, probablemente no, pero, cada segundo, sentía que estallaba un nuevo volador en mi interior decorando el cielo de mi mente y toda la ciudad podía verlos brillando al igual que yo.

No tardamos más de un minuto en el ascensor; reducido; con un gran espejo que no me atreví a mirar; solo con botones de números impares, el undécimo como su último piso; un gran letrero de color bronce que decía “Capacidad Max. 4 personas, 250 Kg.”, el cual sentía que me sentenciaba, ya que el peso de mis ideas en ese momento superaba el límite demarcado.

Respire profundo y baje del ascensor cuando abrió; el pasillo era pequeño, pero solo daba ingreso a dos puertas; ambas enormes; ambas de un imponente color cobre que reflejaba mi inmutable rostro; camine lentamente sintiéndome como el mismísimo Neil Amstrong quien luchaba contra la gravedad de la luna, yo me enfrentaba a la gravedad de mis sueños. Floté en una marcha lunar hasta la puerta, puse mi mano en el timbre, pero no lo apreté. Sentí la Alborada estomacal recobrarse con fuerza. “1104”. Este era un pequeño paso para una joven, pero un gran paso para la periodista que se formaba en mí.


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Bogotá, Colombia

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